Insight

Educar, es creer en la perfectibilidad humana, en la capacidad innata de aprender y en el deseo de saber que la anima, en que hay cosas (símbolos, técnicas, valores, memorias, hechos...) que pueden ser sabidos y que merecen serlo, en que los humanos podemos mejorarnos unos a otros por medio del conocimiento. Los pesimistas pueden ser buenos domadores, pero no buenos maestros...

miércoles, 16 de marzo de 2011

Una reforma global de la formación de los profesionales sanitarios.


Cada año en el mundo se forma un millón de nuevos profesionales sanitarios en las 2.420 facultades de medicina y las 467 escuelas de salud pública, junto a un número indeterminado de escuelas de enfermería, con un coste total de unos cien mil millones de dólares anuales, lo que viene a representar algo menos del 2% del gasto sanitario global. Una proporción baja para una actividad tan dependiente de los recursos humanos empleados, y con una gran disparidad entre países. Estos datos se incluyen en el informe de una comisión independiente de la revista The Lancet, en el que se denuncia la poca información disponible sobre la formación de los profesionales, aunque nadie ponga en duda que es uno de los elementos primordiales, si no el que más, a la hora de conseguir de los sistemas sanitarios la eficiencia y equidad que la atención sanitaria de la población mundial necesita.

A principios de abril del pasado año, dicha revista solicitaba de los lectores su colaboración en un estudio emprendido por una nueva comisión sobre la formación de los profesionales sanitarios en el siglo xxi. Creada bajo los auspicios de la revista y la ayuda inicial de las fundaciones de Bill & Melinda Gates y Rockefeller, además del China Medical Board, su propósito principal es fomentar una reforma global de la formación de los profesionales, necesaria debido a una serie de poderosas razones entre las que destacan, según los propios comisionados, los profundos cambios demográficos, sociológicos, económicos y tecnológicos –incluyendo tanto los avances en sistemas de información y comunicación como las innovaciones más específicamente sanitarias–, todo lo cual requiere nuevas aproximaciones educativas.

También señalan las limitaciones de las recientes iniciativas para mejorar la salud mundial, que no han conseguido sus objetivos, probablemente porque no se ha prestado suficiente atención a la importancia de los recursos humanos como elemento fundamental para que los sistemas sanitarios funcionen adecuadamente. Si bien se han dedicado notables esfuerzos para corregir las carencias cuantitativas, hay que considerar también los aspectos cualitativos, particularmente aquellos que se refieren a la capacidad de liderazgo de los profesionales en todos los ámbitos de la sanidad. En este sentido, la diferencia entre las actuales competencias profesionales y las que demanda un mundo cada vez más interdependiente exigen una adaptabilidad en la formación que permita funcionar local y globalmente. Ello pone en evidencia el anquilosamiento de numerosos planes y programas formativos, que nacieron ya anticuados al concebirse sin la ambición necesaria, todo lo cual comporta graduados mal preparados por instituciones pobremente financiadas.

Echan en falta una deliberación pública sobre las dimensiones globales de las necesidades y demandas sanitarias y la inexistencia de nuevos argumentos y de estimulantes reflexiones individuales e institucionales sobre la salud. Ello constituye una rémora para aprovechar las oportunidades emergentes en el ámbito de la formación de los profesionales sanitarios –desarrollo de competencias basadas en las destrezas, aprendizaje a distancia mediante las tecnologías de la información y la comunicación, aprendizaje interprofesional y en equipo, nuevas modalidades que relacionan la investigación y la docencia desde el aula a la práctica real, y nuevas posibilidades de colaboración en todo el mundo– que sirvan para equiparlos con las herramientas, los conocimientos y la sensibilidad que permitan mejorar su efectividad.

La verdad es que la comisión se ha tomado con diligencia el encargo porque a principios de diciembre ya se publicaban los resultados cuyas conclusiones principales remiten a diez recomendaciones, seis referidas a las modificaciones en la naturaleza de la formación, que los autores califican como de instrucción, y otras cuatro denominadas institucionales, acerca del papel que deben desempeñar las facultades y escuelas de profesionales sanitarios en el contexto internacional. Estas reformas, mediante un proceso de intervención que incluye cuatro actividades básicas –estimular el liderazgo, mejorar las inversiones, acreditar la formación y fortalecer el aprendizaje global–, deberán conducir a la meta, que no es otra que convertir la formación en un elemento transformador e interdependiente para conseguir la equidad en la salud, es decir, la eliminación de las desigualdades injustas y evitables.

Las reformas relativas a la instrucción abarcan todo el recorrido entre la admisión y la graduación, con el propósito de generar programas basados en las competencias profesionales que, mediante el uso creativo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, preparen efectivamente a los estudiantes para el trabajo en equipo, capaces de evolucionar flexiblemente y en base al espíritu de un nuevo profesionalismo. De forma breve, incluyen la adopción de un currículo basado en las competencias profesionales necesarias para responder flexiblemente a las necesidades de intervención –que a su vez también cambian rápidamente–;la promoción de una formación inter y transprofesional que acabe con la configuración predominante de las profesiones en compartimentos estancos, lo que obstaculiza el trabajo en equipo; el uso intensivo de las posibilidades de las tecnologías de la información y la comunicación; la adaptación a las necesidades y problemas locales, pero sin dejar de aprovechar los recursos globales en forma de conocimientos, experiencias, materiales didácticos e intercambio de estudiantes; el fortalecimiento de los recursos educativos mediante inversiones, evaluación y desarrollo del profesorado y de los equipamientos y procedimientos; y, finalmente, la promoción de un nuevo profesionalismo que utilice las competencias como el criterio objetivo de clasificación de los profesionales sanitarios, dejando a un lado las categorías actuales, impermeables entre sí.

El profesionalismo que se necesita se basa en las actitudes, valores y comportamientos que, como un complemento al aprendizaje de las destrezas correspondientes, permitan actuar como agentes de cambio que dan cuenta de lo que consiguen, como competentes gestores de recursos y promotores de políticas basadas en pruebas científicas.

Las reformas institucionales pretenden mejorar el rendimiento de los esfuerzos nacionales mediante sinergias como la planificación conjunta, sobre todo en los sectores de la educación y la sanidad, una responsabilidad que no se comparte con la frecuencia que sería aconsejable, para involucrar a todos los agentes implicados en el proceso de reforma, desarrollar redes de colaboración global para el apoyo mutuo y fomentar una cultura de indagación crítica y de transparencia; conseguir establecer sinergias que multipliquen los resultados de los esfuerzos de todos los agentes implicados; expandir los centros académicos en sistemas que penetren tanto en los equipamientos sanitarios como en las comunidades; relacionar las instituciones educativas con los agentes sociales y económicos mediante redes, alianzas y consorcios; y, finalmente, alimentar una cultura de abierto pensamiento crítico, en la que resulta crucial el desarrollo del conocimiento científico, la deliberación ética y el debate público y razonado que permita una transformación social ilustrada.

El trabajo, denso y extenso, se estructura en tres secciones y viene precedido de un resumen ejecutivo. La primera sección describe el problema a partir de un resumen panorámico de la evolución de la formación de los profesionales sanitarios en el último siglo, destacando el centenario de la publicación del informe Flexner. Esta efemérides también la conmemoraba la fundación Carnegie, institución que patrocinó el transcendental trabajo de Abraham Flexner mediante el cual se consolidó la orientación científica adoptada por la mayoría de los planes de estudio de las facultades de medicina. Más que un recuerdo, constituye la referencia desde la que proponer, a su vez, un cambio radical de la formación de los profesionales sanitarios, particularmente de los médicos, una transformación que coincide con la propuesta de Frenk et al en muchos aspectos, algunos más tradicionales –como la integración de teoría y práctica– y otros más modernos –como el desarrollo del espíritu crítico–. También comparten el fomento del profesionalismo, que conlleva unas actitudes consecuentes con los valores de la cultura de la responsabilidad y la libertad, aunque en el caso de la comisión de The Lancet se insista en un nuevo planteamiento que supere la estanqueidad de las profesiones sanitarias actuales.

En la segunda sección se muestran los principales resultados de los trabajos de la comisión, entre los que destaca la primera valoración cuantitativa de las instituciones educativas en medicina, enfermería y salud pública en el mundo, complementada con un primer análisis de la heterogeneidad de su distribución geográfica –medida según la densidad de centros educativos por cada diez millones de habitantes– y de la inversa relación entre el número de centros y el de profesionales respecto de la carga de enfermedad –medida en años de vida ajustados por discapacidad por cien mil–, o las enormes disparidades en términos económicos que suponen las inversiones y los costes de producción de nuevos titulados.

En esta sección se consideran los sistemas y procedimientos de acreditación que, en el ámbito de las profesiones sanitarias, resulta crucial, dado que es imprescindible para legitimar formalmente a las instituciones educativas, pero que no existe en una cuarta parte de los países del mediterráneo oriental, en la mitad de los del sudeste asiático y en dos terceras partes de los países africanos. La valoración de estos procedimientos es de gran interés porque la calidad de la acreditación refleja, al menos en parte, la incorporación social del profesionalismo, lo que nos lleva a considerar la responsabilidad social de las profesiones y la necesidad de transparencia y de rendir cuentas a las poblaciones. Ello constituye uno de los aspectos de mayor enjundia política porque el principal reto que afronta la formación de los profesionales sanitarios en este nuevo siglo es precisamente el de contribuir de forma efectiva a la mejora del funcionamiento de los sistemas sanitarios y a la de la salud de la población.

Como se señala en el último apartado del informe, el ‘camino a seguir’, el primer paso, debe ser un cambio en la mentalidad que nos permita reconoce los problemas y buscar las soluciones. La reforma será un proceso largo y difícil que demanda un potente liderazgo y requiere cambiar las actitudes, los estilos de trabajo y una buena relación entre los agentes implicados. De ahí la importancia de preguntarse acerca de la vigencia de algunos paradigmas que la medicina y la sanidad han incorporado de forma poco crítica, como por ejemplo, los que han dado lugar a la creciente medicalización de la vida cotidiana, con algunas ventajas pero con notables inconvenientes; entre éstos, el elevado coste de las intervenciones no es el más importante, ya que el consumo sanitario inapropiado induce un incremento considerable de la yatrogenia, uno de los principales problemas de salud pública, sobre todo en los países más ricos.

Así pues, conviene considerar cuidadosamente las indicaciones y las limitaciones de las intervenciones clínicas y sanitarias, de modo que las extraordinarias posibilidades que abre el progreso del conocimiento y el desarrollo de la tecnología actúen efectivamente en provecho de las personas y de las comunidades.

En el ámbito de las instituciones educativas, es de interés mencionar la experiencia de la asociación de profesionales y centros denominada ‘The Network: Towards Unity for Health’, citada también en el informe de la comisión. Se trata de una plataforma global para el fomento de la equidad sanitaria mediante una orientación formativa basada en la comunidad, modelos de investigación participativa y trabajo en red, de la que forman parte iniciativas locales como el proyecto AUPA (Actuando Unidos para la Salud), que se viene desarrollando desde hace unos años en Cataluña y en el que colaboran los servicios sanitarios colectivos de la salud pública, 60 equipos de atención primaria –es decir, un 15% de los existentes– y un conjunto de entidades cívicas y ciudadanas.

La actuación integrada de los dispositivos sanitarios, particularmente los que corresponden a la atención primaria de salud y los de la salud pública, en una perspectiva de salud comunitaria, puede contribuir a mejorar la efectividad, la eficiencia y la equidad de los recursos sanitarios y, lo que es todavía más importante, el ‘empoderamiento’ de las personas y los colectivos respecto del control de los determinantes de la salud, tal como reclamaba la carta de Ottawa hace ya 25 años.

Andreu Segura-Benedicto
Educ Med 2011; 14 (1): 15-17

viernes, 11 de marzo de 2011

Educación y desarrollo sostenible.

Porque la educación es un Derecho Humano fundamental que está reconocido en la Declaración Universal de Derechos Humanos y en la Convención sobre los Derechos del Niño y además es el catalizador más poderoso para el desarrollo humano (OXFAM INTERNACIONAL). A pesar de esto la realidad queda muy lejos de una escolarización y una alfabetización total. Actualmente 125 millones de niños y niñas no acuden nunca al colegio (la mayoría en África Subsahariana), y otros 150 millones lo abandonan antes de completar 4 años de educación y sin haber adquirido habilidades básicas. Por otro lado en todo el mundo 872 millones de personas son incapaces de leer o escribir Además de estas cifras también se ha de tener en cuenta los millones de niños y niñas que asisten al colegio en condiciones que hacen que la educación sea de baja calidad tal como infraestructuras deficientes, exceso de alumnos i/o mezcla de diferentes niveles en una misma aula, insuficiencia de profesorado y formación insuficiente, falta de recursos, programas poco adaptados a las necesidades reales, discriminación en el acceso según el sexo o nivel económico, etc... (ONU, 1997).

En general la mayoría de esta población corresponde a los países menos desarrollados con lo que se establece una correlación entre nivel de escolarización y desarrollo. En la Conferencia Mundial sobre Educación en Jomtien, (1990) y en la Cumbre sobre Desarrollo Social (Copenhague, 1995) se han ido estableciendo metas a nivel mundial, como una educación primaria y gratuita para todos los niños en todo el mundo antes del año 2015, pero la cercanía de esta fecha y el ritmo de escolarización en estos países no parece que se pueda alcanzar este objetivo fácilmente. Por otro lado la ciencia, que junto con los conocimientos sociales y humanísticos son el principal activo de un país para afrontar su futuro, parece que no puede solucionar los problemas de desigualdad, de opresión o de subdesarrollo que es el contexto de estos millones de habitantes (Conferencia Mundial sobre la Ciencia de Budapest, 1999). Es el círculo de la pobreza y la educación puede ayudar a romperlo.

Actualmente parece haber un consenso en que el desarrollo de la educación favorece directamente el desarrollo social y económico de una región o un país. También se está de acuerdo en que para que esto tenga efecto, y lejos de los argumentos de la Royal Society, es básico y previo el desarrollo de las capacidades personales. El objetivo fundamental de la educación en general y de la educación escolar en concreto es proporcionar a los ciudadanos y estudiantes una formación plena que les ayude a estructurar su identidad y a desarrollar sus capacidades para participar en la construcción de la sociedad. En este proceso el sistema educativo debería posibilitar que los alumnos. como futuros ciudadanos, reflexionen, construyan y pongan en práctica valores que faciliten la convivencia en sociedades plurales y democráticas, tal como el respeto y la tolerancia, la participación y el diálogo.

La madurez y consolidación de las sociedades democráticas en gran medida viene dada por el desarrollo de las capacidades individuales y por la capacidad que tenga la sociedad para integrarlas y hacerlas funcionales en los proyectos colectivos. Por esto cuando la sociedad en general o un país concreto se preocupa y se plantea la mejora de su educación, en realidad está confiando en su potencial para generar progreso social y en su potencial transformador en todas las dimensiones, la personal, la política, la cultural y la tecnológica, económica y productiva. Y de forma más inmediata se le está asignando el papel de catalizador para que se de la adaptación de la sociedad a los acelerados cambios que se producen en cada uno de ellas.

Estamos de acuerdo en que una educación que potencie las capacidades personales y sociales para hacer frente a las rápidas transformaciones de la tecnología, de la producción y de la cultura es fundamental para el desarrollo de un país. Pero quizá deberíamos preguntarnos a qué tipo de desarrollo nos referimos. El concepto de desarrollo también está evolucionado y ha pasado de una concepción estrictamente economicista a una concepción más humana, ecologista y sostenible en el futuro incorporando a este concepto el derecho de las futuras generaciones a vivir en un planeta o un país más equilibrado y más justo (tomando como referente la Conferencia de Río, 1991). Esta interpretación supone la necesidad de un cambio de mentalidad progresiva en todos los ámbitos sociales, en el individual y en el económico, un cambio que fundamentalmente supone entender la educación, formal y no formal, como parte intrínseca e indisociable del desarrollo. Un cambio en el que la educación tiene una función constructora. Y es por ello que se plantea la necesidad de una Educación para el desarrollo, humano (aunque parezca paradójico), y sostenible en sus planteamientos.

José Palos Rodríguez
Universidad de Barcelona

martes, 1 de marzo de 2011

El arte de enseñar y la ciencia de aprender

Arte y ciencia
La educación tiene dos componentes esenciales, la enseñanza y el aprendizaje. Hasta el momento las instituciones educativas han enfatizado los aspectos ligados a la enseñanza en desmedro de aquellos ligados al aprendizaje. Este desequilibrio proviene, tal vez, de las dificultades propias de la incorporación de las nuevas ciencias del aprendizaje en el terreno educativo. Nos ocupamos más de los métodos de enseñanza que del proceso mismo del aprendizaje. Estos métodos pueden variar según las culturas y las sociedades pero la capacidad de aprender es universal y se extiende a toda la especie humana. El ejemplo más evidente es el aprendizaje de las lenguas: hay muchas lenguas y todos los niños son capaces de aprender cualquier lengua. La psicolingüística es la ciencia que se ocupa, entre otras cosas, de la adquisición del lenguaje, pero ninguna madre necesita ser especialista para enseñar a hablar a su hijo. Las cosas se complican cuando queremos enseñar física o metafísica, en estos casos necesitamos a los expertos, a los docentes. Pero creemos que las acciones de enseñar no pueden alcanzar la universalidad y la objetividad de las ciencias. No forman parte de la ciencia sino del arte.

La educación se podría concebir, en este sentido, como la combinación del arte de enseñar con la ciencia de aprender. Los esfuerzos de las instituciones se han concentrado principalmente en la enseñanza y se ha descuidado la investigación básica de los procesos del aprendizaje humano. Lo que nos falta es una ciencia de aprender, lo que debemos corregir es el arte de enseñar. Cuando decimos que los docentes del futuro deberán estar formados en la ciencia de aprender afirmamos también que lo deberán estar en el arte de enseñar. Y de enseñar con las nuevas tecnologías, lo que no es fácil.

Muchas veces nos sometemos a una dicotomía insoportable, hay horas para aprender y otras para enseñar, y esta alternancia es funesta puesto que enseñar y aprender son las dos caras de la misma educación. Por eso "docendo discimus", decían los antiguos, "enseñando aprendemos".

¿Podríamos afirmar acaso la recíproca, que "aprendiendo enseñamos"? Ahora, por primera vez en la historia, la respuesta es afirmativa. Ello se debe a que poseemos instrumentos prodigiosos para aprender. Son las nuevas tecnologías digitales de la informática y de las telecomunicaciones. A su vez son instrumentos magníficos para enseñar.

Nuevas oportunidades para enseñar
A diferencia de lo que se pueda pensar, en contra de las dramáticas evidencias actuales, la docencia en todos sus niveles, a nuestro entender, se podría convertir en una de las actividades más procuradas y mejor remuneradas del siglo XXI pues la demanda está creciendo en forma explosiva y la oferta actual es insatisfactoria y escasa. Somos más de cinco mil millones de habitantes en el planeta, seremos seguramente siete mil millones en una generación. No habrá escuela ni universidad que soporte este cambio cuantitativo de escala, por una parte, ni la transformación cualitativa en el mundo del trabajo, por otra. Advertimos, en efecto, que el actual sistema educativo carece de instrumentos para generar por sí mismo la transformación que exige imperiosamente una sociedad globalizada. Y estos cambios son de naturaleza tecnológica. Lo que realmente provocará un cambio sustancial y masivo en la educación será la contribución de los enormes recursos materiales y humanos provenientes de las telecomunicaciones.

En realidad, pocos educadores imaginan que la transformación vendrá de las telecomunicaciones. Aún no somos capaces de prever este inmenso salto que se está preparando ante nuestros ojos entrecerrados y ante nuestras mentes adormecidas. Pero si seguimos haciendo "más de lo mismo", enseñando de la misma manera a las nuevas generaciones, fracasaremos. La sociedad, lo estamos viendo, tomará medidas drásticas para que eso no suceda: en primer lugar excluirá de su seno a los docentes e instituciones educativas que no se hayan renovado, en segundo lugar inventará sistemas educativos independientes de los programas formales como sucede ya con algunas iniciativas de educación "doméstica" (home schooling) y de educación "a medida" (charter schools). Y, lo que es más importante, premiará a quienes acepten el desafío de la globalización del conocimiento.

Nuevas formas de aprender
Durante siglos hemos enseñado sin preocuparnos por conocer la intimidad de los procesos de aprendizaje. Los cerebros de los alumnos (de toda edad) son "cajas negras" para el educador. Es urgente que ahora "se abran" a nuestro conocimiento. Veamos un ejemplo. Con la invención de la escritura una parte del cerebro se hizo cargo de este aprendizaje, lo llamamos el "cortex de la lectura", cuyos mecanismos son objeto de estudio de las neurociencias cognitivas. Los nuevos circuitos neuronales de la lectura no se heredan, cada individuo debe desarrollarlos por sí mismo. Hasta el siglo XX la mayor parte de la población mundial carecía de estos "recursos" cerebrales decisivos para la vida moderna. Hoy ya son minoría y, con certeza, los analfabetos desaparecerán por completo con el avance de la educación global como han desaparecido los enfermos de viruela con el adelanto de la medicina. Pero así como desaparecen algunas patologías pueden aparecer nuevas enfermedades.

De la misma manera, cuando los "hipertextos" sean un soporte común del conocimiento humano emergerá, seguramente, un analfabetismo de un nuevo tipo, "el analfabetismo digital", por falta de desarrollo de un cortex de "lectura hipertextual". Será conveniente proyectar, desde ahora, las acciones pertinentes para aliviar esta situación

Hacia una educación global
Nuestra propuesta es la siguiente: en el plazo de una generación debemos crear la oportunidad de una "docencia digital". Una de las razones obvias del mal desempeño docente y del bajo rendimiento del alumno, reside en nuestra dificultad de inventar un nuevo arte de enseñar con las nuevas tecnologías y la persistencia de una ciencia del aprendizaje del siglo pasado en las aulas tradicionales. Para vencer ambos obstáculos será menester realizar un cambio mayúsculo en la educación. La humanidad incorporará gracias a este esfuerzo mayor "capacidad cerebral" (mayor "brain power"). Y para ello exigirá un nuevo tipo de maestro, de educador.

Una solución consistirá en "descentrar y desregular" no simplemente los programas de enseñanza sino también los comportamientos de aprendizaje. Imaginemos un futuro donde el docente pueda ofrecer su saber al mundo entero a través de las redes digitales, seleccionar a sus alumnos, elegir los idiomas de comunicación, los formatos de los textos e imágenes, evaluar y examinar a cada uno de sus alumnos en forma remota, incluso recibir directamente la paga de su trabajo y expedir un certificado acorde. Por otra parte, imaginemos también al alumno deseoso de aprender de un maestro determinado, independientemente de la distancia o de la cultura, usando las mismas redes digitales, confeccionando su programa personal de cursos y trabajos prácticos bajo la guía de un tutor responsable, organizando grupos de estudios en común con compañeros de otros lugares. A ello se sumará un intercambio creciente de experiencias personales por medio de viajes de estudios más accesibles para todos.

Se trata de un desafío grandioso para la humanidad que puebla un planeta cada vez más compacto y mejor conectado gracias a las nuevas tecnologías de transporte de personas y de comunicación de ideas. Una educación global ayudará, sin duda, a crear entre todos una comunidad global más justa y solidaria.

Antonio M. Battro
Percival J. Denham