El estudio Universidad,
universitarios y productividad en España realizado por la Fundación
BBVA y el Instituto Valenciano de
Investigaciones Económicas (Ivie) indica que los resultados
de las universidades son ya muy relevantes para los titulados y para el
conjunto de la sociedad, pero podrían ser mayores en cantidad y calidad,
podrían obtenerse con menos costes y ser mejor aprovechados por el tejido
productivo.
Para lograr esas mejoras los autores
señalan doce actuaciones que la Universidad española (y todas) debería llevar a
cabo, con el fin de reducir las debilidades y carencias que padece y aprovechar
las oportunidades que el desarrollo de la sociedad del conocimiento le ofrece.
1. Autonomía y responsabilidad.
La solución a los problemas de la Universidad
requiere más autonomía y mejor encauzada. Es un sector fuertemente regulado y
financiado públicamente en su mayor parte, pero gestionado internamente de
manera poco sensible a las demandas de la sociedad.
Debería haber una nueva regulación que favoreciera la flexibilidad, la competitividad entre instituciones españolas e internacionales, la estratificación derivada de la calidad de los resultados y la movilidad del profesorado y los estudiantes.
El marco normativo debe promover una
gobernanza y una gestión profesionales y eficaces, así como la información
pública sobre los resultados que haga la Universidad más transparente y
facilite una rendición de cuentas exigente. El gobierno de las universidades
debe estar al servicio de la sociedad y en manos de profesionales competentes.
2. Especialización y estratificación de las instituciones.
La complejidad de un sistema universitario
desarrollado exige combinaciones de actividades docentes e investigadoras
diferentes. La homogeneidad resulta perjudicial para el uso eficiente de los
recursos y para impulsar la calidad. La Universidad española saldría reforzada
si se distinguiera entre instituciones especializadas en la docencia de grado,
la formación de posgrado y la investigación, y la transferencia tecnológica.
3. Excelencia internacional.
La especialización de las universidades
debe conducir a que las que tengan capacidad efectiva de estar presentes en la
competencia internacional más exigente dispongan del reconocimiento y los
recursos para hacerlo, concentrándose en la formación de posgrado y la
investigación de mayor impacto.
4. Internacionalización.
El reto de la internacionalización no
incumbe solo a las universidades globales sino a todas y en todos sus campos de
actuación. El Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) y el Espacio Europeo
de Investigación (EEI) deben convertirse en referencias obligadas de las
estrategias de las universidades para atraer estudiantes e investigadores y
promover la movilidad de alumnos y profesores. Todos los instrumentos de
gobierno y financiación de las universidades deben contemplar la dimensión
internacional.
5. Especialización del
profesorado.
La tesis de que todo el profesorado estable
realiza actividades docentes e investigación regularmente no responde a la
realidad y debe ser revisada. Las universidades deben poder contratar
profesorado para realizar distintas proporciones de docencia e investigación en
función de la verdadera combinación de actividades de sus departamentos. La
garantía de la calidad de los profesionales y su promoción debe plantearse con
los criterios adecuados a cada especialización y atendiendo a los resultados.
6. Evaluación de procesos y
resultados.
La rendición de cuentas requiere
procedimientos adecuados de evaluación de procesos y resultados. Las carencias
de criterios e instrumentos para evaluar las actividades docentes son muy
amplias. Dada la importancia decisiva de las mismas esas carencias tienen que
ser corregidas porque sin esos apoyos instrumentales la actividad formativa no
puede ser adecuadamente gestionada.
7. Sistemas de información.
El gobierno y la dirección de las
universidades, la evaluación de las mismas y la rendición de cuentas requieren
sistemas de información idóneos, mucho más desarrollados que los actuales y
basados en indicadores adecuados y datos fiables y actualizados.
8. Sistemas de financiación.
Para impulsar los cambios, el papel más
importante de las Administraciones Públicas es definir con ambición los
sistemas de financiación. Su papel es que las universidades trabajen con
horizontes temporales adecuados y respondan a incentivos potentes que las
orienten hacia a la eficiencia y a los resultados docentes, de investigación y
transferencia, en función de su especialización.
9. Incentivos al empleo estable.
El rendimiento del capital humano de los
universitarios depende de que logren un empleo estable y ajustado a su
preparación y de que desempeñen actividades productivas. Es necesario promover
programas de acceso al empleo y de empleo estable de los jóvenes universitarios.
De otro modo, las actuales tasas de paro de los recién titulados mantendrán
detenido el proceso de inserción de los jóvenes que han acabado sus estudios al
llegar la crisis y su capital humano se depreciará.
10. Incentivos a la
investigación aplicada y la transferencia.
El papel de la universidad en la
transformación del tejido productivo pasa por reforzar una de sus mayores
debilidades: las actividades de investigación aplicada y la transferencia
tecnológica. Sin un sistema potente de incentivos económicos y profesionales
adecuados, ese impulso no se producirá. Es imprescindible dotar fondos con esa
finalidad y contar con las empresas para definir los objetivos y los
indicadores adecuados de calidad e impacto de los resultados en este terreno.
11. Formación continua.
La formación continua es clave para el
ajuste de la educación inicial de los titulados y las demandas de las empresas
en un mundo que cambia rápidamente. Es necesario impulsar decididamente la
colaboración entre universidad y empresa en este ámbito porque ofrece muchas
oportunidades de mejora de la eficiencia de los procesos de formación
iniciales.
12. Emprendimiento.
La mejora de la formación de los
emprendedores es clave para el aprovechamiento del capital humano y la
intensificación tecnológica de las empresas. Impulsar el cambio del tejido
empresarial en esa dirección requiere promover la cultura emprendedora en las
universidades y ofrecer una segunda oportunidad de formación superior a los
empresarios que no la tuvieron. El desarrollo de programas en ambas direcciones
debería ser impulsado mediante la colaboración entre las empresas y las
universidades.