Como el que investiga lo hace en un contexto social determinado, probablemente encontremos en la universidad que no investiga que los conocimientos que se transmiten se han generado observando otras realidades. Diferentes a la propia, y que, en tal sentido, devienen, muchas veces, inaplicables; teórica y tecnológicamente.
Como el que investiga ha internalizado que en ciencia no existe la infalibilidad y, como consecuencia, ha desarrollado su capacidad creadora; probablemente encontremos en la universidad que no investiga que sus egresados, al ejercer la profesión, son incapaces de pensar, frente a nuevos desafíos, en caminos o estrategias alternas.
Como el que investiga ocupa gran parte de su tiempo en el estudio y la reflexión, probablemente en la universidad que no investiga haya quienes califiquen la investigación como una actividad improductiva y, en consecuencia, le destinen pocos recursos.
Todas estas manifestaciones –y muchas más- no son lo suficientemente evidentes. Es necesario, como ya dijimos, un detenido examen. Si nos percatarnos tarde de ellas solo comprobaremos la metástasis de la que somos victimas.
Imaginemos cómo son las clases en una universidad que no investiga. El profesor inicia la sesión indicando qué tema se tratará. Seguidamente desarrolla cada uno de los puntos del mismo. Los alumnos hacen preguntas que obligan a repetir lo dicho. Para las evaluaciones, se pide que estudien algunos textos y sus apuntes de clase; y el día del examen se les formula preguntas con las que, el profesor, busca comprobar si se asimilaron las ideas que él trasmitió. El indicador de éxito está en función a qué tan fielmente se reproducen éstas o a qué tan capaz se es para aplicarlas a determinadas circunstancias. En una universidad que no investiga esto se repite en las aproximadamente 4000 horas que el estudiante dedica, en los cinco años de su formación, a la actividad académica. Haciendo lo mismo durante 4000 horas, ¿qué perfil de egresado podemos esperar? El cerebro del egresado de una universidad que no investiga se parece mucho a una caja de herramientas, en el mejor de los casos.
Es imposible que la universidad que no investiga concrete su misión. Una formación profesional de calidad no puede carecer de las competencias que solo se ganan cuando se investiga permanentemente. Por ello, es errado creer que con solo promover la elaboración de tesis el problema está solucionado. Como también es un error asumir que la escasa investigación se debe a que hay pocas tesis. Este ni siquiera es el aspecto más importante. Que sean pocas las tesis no es causa de nada pero sí consecuencia de todo. La universidad que no investiga no puede esperar que existan muchas tesis. Y de las pocas que hay no puede esperar que sean brillantes. No se puede pedir peros al olmo. No podemos exigir a quien se le llamó exitoso por correr cien metros planos en veinte segundos, que, de la noche a la mañana, corra esa misma distancia pero a la mitad del tiempo. No podemos exigir a un estudiante que en 4000 horas nunca investigó seriamente que, ahora, luche por el Nóbel.
Si queremos que los egresados de la universidad cuenten con las competencias que el trabajo investigativo permite desarrollar, vale decir: actitud crítica y autocrítica, creatividad, capacidad analítica, capacidad para acopiar, procesar e interpretar información teórica y empírica; capacidad de síntesis, capacidad de escucha, capacidad de expresión oral y escrita; es necesario que la investigación sea norma y no excepción. Que se investigue en todos los niveles: horizontal y verticalmente, alumnos y profesores.
Si la universidad deja de investigar difícilmente conseguirá que sus egresados demuestren esas competencias. Si la investigación solo se limita a la realización de tesis, esto más que un indicador de cuánto se produce científicamente será el mejor testimonio de lo que le pasa a las universidades que no investigan.
Nadie exige que los egresados sean científicos. Pero sí que tengan actitud científica. El científico es el que ocupa gran parte de su tiempo en tratar de conocer la realidad y de proponer formas de adaptación o modificación de la misma. Quienes propugnamos la investigación en la universidad no aspiramos a que todos los que pasen por ella sean científicos (con que de cada cien uno lo sea, es suficiente) Lo que buscamos es que todos los que son parte de la comunidad académica –profesores, alumnos y egresados- demuestren actitud científica. Ahora que vivimos en la era del conocimiento y que se afirma que es la posesión de información lo que determina quién tiene el poder, creemos urgente que los profesionales sepan buscarla, procesarla, interpretarla y aplicarla. Esto es clave. No basta con repetir la información, es necesario crearla y recrearla. En la universidad que no investiga, en las 4000 horas que pasa en ella, el estudiante solo repite la información que el profesor le ha transmitido. La que a su vez éste repite de los escritores que leyó. Escritores que no son la fuente original de la información porque ellos mismos repiten lo que otros, para otros espacios, han generado.
La universidad que no investiga no perecerá de muerte súbita. La suya será una agonía prolongada y triste. Pero cuando finalmente fenezca, habrá quienes se consuelen al saber que el cuerpo sin vida terminó en el mausoleo más bello, en el féretro de más fina madera y vestido con sus más bellos atuendos.
Ronald Maraví Zegarra
Universidad San Martín de Porres
Universidad San Martín de Porres
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