La universidad que queremos (II). En búsqueda de una
mejora contrastada.
El último editorial de Educación Médica del año 2011 (La
universidad que queremos (I). La excelencia no se compra, se persigue)
argumentaba por qué la universidad debería empeñarse con prioridad absoluta en
la mejora de la calidad antes que discursear sobre el tópico de la excelencia.
Estas líneas, con una visión general pero académica, quieren profundizar en
qué ha de ser para la universidad, y en particular para las facultades de medicina,
la mejora de la calidad.
No es cuestionable que en las últimas décadas la universidad ha
experimentado considerables avances: investigación de nivel, nuevos grados y
másters, nuevos planes de estudio, nuevas infraestructuras docentes y un
profesorado con capacidad contrastada aunque quizá no capacitado completamente
para todas las actividades que se le demanda. A pesar de las espinas irritativas
del día a día, la universidad, en su globalidad, está mucho mejor que hace 25
años.
Pero, precisamente, esta mejora global puede enmascarar parcelas como la
formación de los médicos en las que la mejora no sea sustancial o incluso en
las que no se haya producido avance alguno. La intención no es cuestionar si la
formación es buena o mala, sino si hay margen de mejora. ¿La universidad puede
mejorar la formación de los médicos?, ¿queremos saber si hay o no margen de
mejora?
La pregunta es evidentemente retórica, pero la respuesta, al menos si
tenemos en cuenta las conductas institucionales, es sorprendente: no ha
interesado saber si podemos mejorar. El General Medical Council (GMC)
británico, órgano regulador de la formación médica, tiene claro que las medidas
a corregir, y por tanto a mejorar, no se generan en la mesa de un despacho sino
que surgen del análisis y de la evaluación de la realidad. El instrumento
normalizado que utiliza, el Quality Improvement Framework (QIF) [1],
permite reflexionar sobre dos cuestiones que deben ser útiles para todos:
primero, el control de calidad, y después, la diversidad de actores.
Cualquier programa de control de calidad se basa en un circuito de
retroalimentación. Una acción genera un resultado que, al analizarlo o
evaluarlo, permite obtener conclusiones para, si procede, introducir mejoras en
una nueva acción. La razón fundamental de la mejora de la investigación en los
últimos 25 años no ha sido otra que la evaluación de ésta y la razón
fundamental de una docencia estancada en modelos clásicos no es otra que la
falta de una evaluación y control de calidad. El GMC, después de una task
force iniciada hace más de una década y revisada en el 2004-2005, ha
estructurado su responsabilidad de ‘regular’ la evaluación y la mejora de la
formación de los médicos en el QIF, que se fundamenta y ampara en cinco
principios: proportionality, accountability, consistency, transparency
y targeting.
La regulación ha de ser ‘proporcional’ sólo cuando sea necesario y en
relación al riesgo; ha de ‘rendir cuentas’ justificando las decisiones ante la
sociedad; debe estar en relación con los estándares aceptados y, por tanto,
‘coherente’ con ellos; ha de ser de uso y comprensión fáciles, ‘transparente’,
para todos los ciudadanos; y debe estar ‘focalizada en un objetivo’, dirigida a
un problema y minimizando efectos colaterales.
No es necesario desarrollar esta cuestión dado que el documento del QIF [1]
está al alcance de todos los interesados, pero los comentarios precedentes son
suficientes para justificar que las sociedades más reputadas en la mejora de la
calidad universitaria mantienen y actualizan la evaluación y regulación de la
formación universitaria con procedimientos extremadamente exigentes y comprometidos,
mientras que los nuestros siguen siendo altamente burocratizados y farragosos.
El QIF nos hace reflexionar sobre una segunda cuestión. Además de la propia
universidad, y en nuestro caso las facultades de medicina, ¿deben participar
otros actores en el control y mejora de la calidad? En repetidas ocasiones la
universidad ha hecho suya la expresión popular ‘yo me lo guiso, yo me lo como’.
No hace muchas semanas, en medios comunes de comunicación hemos visto defender
el principio de la autonomía universitaria frente a la interferencia política
del consejo social impulsada por supuestos agresores de la universidad. Bien es
verdad que al respecto han aflorado muestras de sensibilidad en el último año
(no mucho más), en el que las universidades han puesto sobre la mesa supreocupación
sobre su gobernanza. Pero ciñéndonos al tema de la búsqueda de una mejora
contrastada en la universidad en general y en la formación de los médicos en
particular, debemos reclamar al menos la voz de actores institucionales,
colegios profesionales, sociedades científicas, pacientes, discentes, organizaciones
proveedoras y aseguradoras de atención sanitaria y, por qué no, empresas de
diferentes tipos del sector de la salud. El GMC lo dice con pocas palabras: ‘la
mejora de la gestión y la calidad de la formación y la práctica médica
involucra a diversas organizaciones’. ¿No estaría bien hacerles caso?
Bibliografía / References
1. General Medical Council. Quality
Improvement Framework; 2010.URL: http://www.gmc-uk.org/education/documents.asp.
URL: http://www.gmc-uk.org/Quality_Improvement_Framework.pdf_39623044.pdf.
Arcadi Gual
Director de la Fundación Educación Médica (FEM).
Profesor de la Facultad de Medicina de la Universitat de Barcelona.Educ Med 2012; 15 (1): 1-3
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